La discoteca estaba a reventar. Mirases donde mirases, todo era una amalgama de colores y máscaras, algunas de ellas verdaderamente hermosas y angustiosas, de esas que te ponen los pelos de punta, al estilo veneciano.
La música atronaba los oídos, sabía que cuando saliéramos estaría completamente sorda y tendría ese maldito pitido metido en la cabeza durante un día entero. Daphne y Vero regresaban con el enésimo cubata, y con un grito demasiado animado, me tendieron uno a mí a la vez que Ginger repartía el resto.
Uno de los chicos la cogió del culo por sorpresa, y ella gritó derramando parte de la bebida, echándose entonces a reír. Lo reprendió, pero acabó dándole un beso, estaba claro que la mayoría ya iban más que contentos y el olor de las feromonas que exudaban lo corroboraba. El ritmo de la música empezó a acelerar, subiendo hasta el momento álgido. Todos empezaron a gritar y saltar mientras seguían bailando.
La noche avanzaba y cada vez habían más peleas y jaleo. Algo pasó y la gente empezó a aglomerarse y correr hacia la salida; había un olor extraño y asfixiante. Todo ocurrió demasiado rápido, confuso, haciendo que mi cabeza empezara a dar vueltas. La oleada de gente, más bien muchedumbre, me arrastró, el olor de los disfraces, el maquillaje, los perfumes y el sudor casi me anestesiaron. Por suerte yo me había mantenido firme en lo de no disfrazarme, aunque accedí a ponerme una especie de pantalón y un top de cuero negro que llevaba una cola que se parecía a algo así como una falda entre amazona y Princesa Xena.
Cuando la masa que iba en estampida me arrolló, me estampé contra el cuerpo de alguien. Su aroma era enloquecedor, era algo indescriptible, sensual, delicioso… irrefrenable, y desprendía un calor abrasador. Sentí sus músculos bajo la camisa negra, fuertes, perfectos. Sus manos me sujetaron con facilidad por los hombros. La gente avanzó apretándome contra él como si fueran una prensa, pero en un pis pas me levantó como si fuera una pluma y me apartó del gentío. El aire frío de la calle me despejó un poco la cabeza, ¿cómo me había sacado tan rápido y con esa sencillez de aquel infierno? Inhalé una buena bocanada de aire y me giré, viendo entonces la puerta de la discoteca de donde seguían saliendo personas corriendo y gritando. Había una pelea a un lado y parecía haber un pequeño incendio dentro, el humo hacía escocer mis ojos.
—¿Estás bien?
Aquella voz me recorrió de los pies a la cabeza haciéndome vibrar; era cálida y seductora, tenía un tono muy masculino, aterciopelado... supremo. Me giré de vuelta a aquel cuerpo que despedía calor a raudales y me topé con un torso fuerte y ancho… delicioso y musculado de forma natural. La camisa entreabierta dejaba ver una piel tersa color canela. Deseaba de un modo alarmante conocer su textura, ese pecho y esos brazos grandes. Quería recorrer cada uno de sus potentes músculos sin que existiera el tiempo. Podría enredarme en aquellos brazos y quedaría totalmente cubierta y a salvo. Tenía la espalda ancha y … ¡Dios! era como me gustaban.
Yo no era bajita precisamente, pero incluso llevando tacones tuve que levantar la cabeza para verle la cara. Me quedé sin aliento cuando mis ojos alcanzaron su rostro: sus facciones eran viriles, marcadas pero a la vez suaves. Tenía una nariz perfecta y unos labios carnosos y aterciopelados, que tenía torcidos en una sonrisa traviesa y encantadora, de esas que te desarman, pero sus ojos… eran salvajes, fieros. Tenían un brillo especial, casi animal, con un precioso color dorado, profundos, misteriosos, la mirada de un depredador demasiado tentador. Todo en él desprendía sensualidad, era algo descaradamente sexual, irresistible. Era perfecto, un dios. Jamás un hombre me había impactado tanto.
Me obligué a respirar y sentí como si ardiera por dentro; había algo raro, potente. Me sentía inevitablemente atraída por él de un modo instintivo, alarmante. Todo mi cuerpo le ansiaba, y temblé cuando sus dedos me rozaron el hombro; el vello se me erizó y mi garganta dejó escapar un gemido sordo. Era deseo, fuego… éxtasis, no podía apartar mis ojos de los suyos, una corriente eléctrica se desprendía de nosotros. Era algo extraño, mágico, era incapaz de explicarlo o de controlarlo. Quería luchar contra ese sentimiento tan extremo porque escapaba a mi control, llegando a asustarme. ¿Por qué le ansiaba tanto? ¿Por qué le deseaba de aquel modo? Mi cuerpo me mandaba una señal inequívoca de necesidad, estaba más que excitada, y su mirada… en ella también ardía el deseo, podía sentirlo.
Su olor, su mirada, su cuerpo y esa postura… su forma de sonreír, maliciosa, traviesa, pícara y segura… superior. Aquel hombre poseía un sex-appeal irresistible. Todo mi ser gritaba: ¡Ríndete a él!
—¡Yuna! ¡Dios, qué susto! Estabas aquí. —Apareció Daphne corriendo entre la gente. Detrás de ella venía el resto del grupo.
Yo les miré aún aturdida y él me sujetó cuando me tambaleé, otra descarga de esa imperiosa necesidad me recorrió y gemí. Mi cuerpo reclamaba sexo urgente. Estaba empapada.
No podía evitarlo, cada vez que me rozaba era como si me arrojasen a una hoguera de sensaciones descontroladas. Era como si hubiera una fuerza que me impelía hacia él.
—¿Te sientes bien?
—Sí, sí… no es nada… se me ha ido la cabeza —me froté la frente suspirando. Me faltaba el aire con su aroma envolviéndome, y ese calor...
—Yuna… apártate anda —uno de los chicos, Cool, me cogió del brazo, apartándome de él—. Respira.
—Estoy bien —protesté deshaciéndome de él y mirando al chico—. Esto… gracias por salvarme del aplastamiento.
—Ha sido un placer.
—¡Eh, Jasper! Vamos tío —lo llamó uno de los chicos.
Mis compañeros cerraron filas delante de mí y yo vi gruñir a uno de los chicos que iban con el guaperas irresistible, Jasper. Los miré, todos eran demasiado atractivos. No era justo… los demás a su lado parecíamos monigotes nada agraciados, bueno, aunque según los míos, y sobre todo las chicas, mejor que no abriera la boca o me cortaban el cuello. Ellos se empeñaban en decir que yo era una especie de deidad de la belleza y de la sensualidad, perfecta.
Una luz incidió en el chico más alejado y entonces fue cuando vi sus colmillos… hombres lobo. Qué rápido se dieron cuenta ellos.
Ese era nuestro mundo; un mundo donde resultaba que la magia existía, y vivíamos entre vampiros, lobos, elfos, duendes…, todo lo que podáis imaginar, y nosotros, pobres y simples humanos, aún pugnábamos por tener el control de esa sociedad donde por el momento éramos más numerosos. Habían leyes muy estrictas en lo que correspondía al mundo sobrenatural o mágico. Y aún así, los licántropos estaban obteniendo puestos muy importantes en nuestra sociedad. Eran numerosos y eso inquietaba a algunos sectores. Mucha gente aún tenía prejuicios y no les gustaban… no dejaban de ser mitad animal, instintivos, depredadores, peligrosos y fuertes… pero no era así. Lo que pasa es que seguíamos sin conocer su mundo, y nosotros seguíamos siendo humanos, indefensos. El caso es que todo lo distinto y sobrenatural hacía recelar a muchos.
Esa era mi nueva ciudad, una ciudad llena de diferentes especies que convivían en un débil equilibrio. La capital de ese universo.
Por eso parecía tan tranquilo Jasper, con ese aspecto de controlarlo todo, de superioridad. Porque él, era el lobo.