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20 de septiembre de 2009

Morales, deberes y deseos





















Estaba al borde del precipicio, otra ráfaga de viento sacudió su pelo y su ropa pero Irina no veía absolutamente nada, seguía con la vista perdida en la nada sumida en sus propios pensamientos. Dio un paso más al frente y una piedrecita rodo cayendo al vació.
La observo caer y pensó en lo fácil que sería seguir el mismo trayecto, cortar el aire y las nueves mientras su peso atravesaba el aire hasta estrellarse contra las rocas. Se sentía perdida, atrapada desde hacía unos meses y no conseguía ver la salida a su estado de ánimo. La angustia le oprimía el pecho, se sentía presa dentro de su propia vida, cautiva de su propia rutina, de la sociedad y de un trabajo que la amargaba y no la llenaba. Estaba harta de todo, de sufrir, de que la machacasen y de tener que ahorrar hasta el último céntimo para pagar. Tampoco ayudaba mucho el hecho de que hacía poco había conocido a quién parecía ser su otra mitad, la persona que siempre había buscado ¿era posible amar a dos personas? Eso la carcomía por dentro, la duda, la tentación… pero no podía arrancárselo de la cabeza y eso la hacía sentir culpable y con ganas de llorar, de gritar. ¿Por qué tenía que aparecer ahora? Toda su vida ya estaba planeada y encauzada, estaba prometida con un chico maravilloso que la adoraba y la quería. Todos parecían saber exactamente lo que ella necesitaba, su familia, sus amigos… y sin embargo ella… dudaba, ya ni siquiera sabía que sentía. Todo se había precipitado en cuestión de unos días, quizás porque habían empezado con los preparativos de ese futuro en conjunto. Quería huir y no podía. Era todo en si… todo lo que la rodeaba, que la oprimía y la anulaba. Sentía que ya no controlaba su vida, no sabía dónde estaba, había perdido el rumbo y siempre su mente la devolvía a él… a su otra alma. ¿Arriesgarse, intentarlo, quedarse con la duda, arrepentirse? Tirar todo por la borda por algo que ni siquiera tenía un punto de inicio, era una situación complicada, los tres tenían su vida establecida. ¿Por qué no era capaz de hacer una locura, de vivir su vida y arriesgar? Necesitaba averiguar que sentía, pero sólo había una forma de averiguarlo y esa era imposible de realizarla. De nuevo la culpa, hacer lo correcto eran una losa que frenaba sus actos, la razón se anteponía a los deseos de su cuerpo, de su alma. Estaba distante, triste y apática y su compañero lo notaba. Estaba que mordía ¡Dios! Su pareja pensó con una leve sonrisa… él no se merecía eso. El problema era ella, nunca había temido el compromiso pero aquello… no quería hacerle daño, quería dejar de pensar, de sentirse tan confusa. Odiaba sentirse así de estúpida. Superada por aquella situación sin sentido. Cerró los ojos y una furtiva lagrima rodo por su mejilla, otra ráfaga de aire la sacudió peligrosamente, el precipicio parecía esperarla impaciente. Tras ella la voz de su chico la sacó de sus cavilaciones, y con el corazón en un puño de angustia se volvió hacía él.



Nikta

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