Quien iba a imaginar que para salvar a la humanidad… yo había de morir para volver a renacer.
Aquella dulce voz lo llamaba con insistencia y por fin creyó ver luz al final del túnel, su estomago se puso boca abajo y sintió el vértigo de la caída. El cielo azul resplandecía a su alrededor mientras se precipitaba contra la tierra a toda velocidad.
Una vez allí no hubo rastro alguno de cielo azul, en el mundo humano hacía un día gris y brumoso, la niebla era tan densa que se podía cortar con un cuchillo.
Ares no tardo en recibir las visiones correspondientes, tenía un nuevo humano a su cuidado, como todo ángel ordeno las imágenes que le mandaban sobre su nueva asignación y frunció el ceño desconcertado al descubrir a una hermosa joven en vez de un bebé. Era una chica de una belleza imposible, el aire abandono sus pulmones y se quedo inmóvil durante largo rato mientras se demoraba en sus suaves facciones delicadas, sus labios carnosos, sus ojos dorados y su melena azabache.
Andaba tras ella en la bruma como el sigiloso guardián que era, ella no podía verle, la brisa removió los girones de niebla y ella se giro, su vista estaba fija sobre el punto justo donde él se encontraba de pie, parado, esperando.
- ¿Quién eres tú? – pregunto con una voz suave.
- ¿Puedes verme? – dijo azorado, el corazón le dio un vuelco mientras su pulso se aceleraba de un modo alarmante.
- Sí. Claro – sonrió con dulzura.
Le faltó aire, la cabeza le daba vueltas, se miro las manos y las vio insustanciales como siempre, él era un ángel guardián y por alguna razón le habían encomendado la misión de proteger a aquella chica, pero ella podía verle.
Un dolor punzante atravesó su estomago y se doblo sobresimismo quedando con una rodilla en el suelo. Ella lo miró preocupada y se acerco apoyando una mano en su hombro que en vez de atravesar la nada se cerró con suavidad sobre su piel. Su tacto era cálido, electrificante, los ojos de Ares se abrieron de par en par. La maldición resonó en sus oídos como un recuerdo lejano olvidado en su mente y cayó con todo el peso de su fuerza golpeándolo.
Hasta que llegué el día en que alguien pueda verte el hechizo se romperá y el espíritu volverá a ser carne.
Aquella chica lo había devuelto a la vida, ella lo había mirado y lo había visto, no sólo lo había sentido sino que le había hablado como si realmente se dirigiese a alguien de carne y hueso.
- ¿Estás bien? – volvió a dirigirse a él.
Ares se levanto despacio sintiendo su nueva gravedad, ya no era insustancial, tenía materia de nuevo, flexiono los dedos y experimento de nuevo la sensación de llenar sus pulmones de aire, fue algo delicioso… su piel cosquilleaba por la bruma y la ropa se pegaba a su cuerpo húmedo por el día.
- Sí… estoy bien, mejor que nunca – sonrió aún incrédulo. Sentía tantas emociones en su interior que creía que reventaría de alegría.
- ¿Seguro? Pareces… desconcertado.
- Gracias.
- ¿Por qué? – lo miró con recelo.
- Por salvarme, me has devuelto la vida Belsa.
- ¿Cómo sabes mi nombre?
- No me creerás si te digo la verdad.
- Pruébalo.
- Me mandaron para ser tú ángel de la guarda.
Ella sonrió dejándolo de nuevo sin aliento y se sujeto el pelo que el aire removía.
- Pues te será difícil cumplir tu misión si ahora eres como yo – dijo con dulzura.
- No cambia nada, te protegeré de todas formas. Te lo debo todo – miro sus manos de nuevo – Lo único es que no sé aún que es lo que te pone en peligro para haberme mandado a mí.
- Entonces… no eras un espíritu ni un ángel normal y corriente.
- No, una bruja me maldijo y me condeno a vivir así hasta que alguien me viese. ¿Tú ves espíritus?
- Sí – dijo con serenidad.
Ahora todo había cambiado, volvía a ser él… un Dios de la guerra, la condena se había roto y tenía una misión ideal para él, allí podría hacer lo que mejor sabía, pero su corazón latía de un modo extraño cuando su mirada encontraba esos ojos dorados, ya no había una fiera que rugia encolerizada, sino otra…
Nikta
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